En siete años de operación, el Corredor Biológico Mesoamericano-México (CBMM) se posicionó como un referente en la política ambiental del país al demostrar que es posible conservar la biodiversidad en conjunto con las comunidades rurales e indígenas, fomentando su desarrollo económico a través de procesos productivos más eficientes ambientalmente, fortaleciendo las capacidades de su población y facilitando el acceso de los productos a los mercados.
La función del CBMM fue integradora de programas públicos. Posibilitó la coordinación de los aparatos institucionales a través de esquemas sencillos y se constituyó como una agencia técnica encargada de orientar los recursos públicos hacia la conservación de la biodiversidad.
La operación y el diseño de la estrategia se basó en el uso de la mejor información disponible, tanto la generada por la CONABIO como por la comunidad académica-científica, para conocer las condiciones existentes en el territorio (ambientales, sociales, culturales, etcétera) y sus necesidades específicas.
Asimismo, el CBMM logró tejer una amplia red de alianzas con dependencias, organizaciones de la sociedad civil, organizaciones productivas y comunidades. Este fue sin duda un capital valioso, pues cada vínculo constituyó experiencias vivas en torno a la sustentabilidad.
Este modelo innovador en la gestión de la biodiversidad contribuyó a la movilización de recursos hacia la conservación y uso sustentable de la biodiversidad por 439.7 millones de pesos, de los cuales el proyecto sólo aportó el 10.2 por ciento. Asimismo, trabajó de la mano con más de 85,000 personas pertenecientes a 628 comunidades del sureste mexicano (472 de Chiapas y 156 de la Península de Yucatán). Los principales logros fueron:
El CBMM contribuyó a la agenda ambiental global a partir de la aplicación de un modelo integral destinado a detener el ensanchamiento de la frontera agropecuaria, proteger nuestros remanentes de selvas y bosques y adoptar sólidas medidas frente al fenómeno de cambio climático.